Todo ello realza la necesidad de un nuevo talento que dé cobertura a este proceso.
Las estrategias de recuperación tropiezan, no obstante, con verdaderos estrangulamientos. Al inicio de la pandemia ya afloraron tensiones en las cadenas de suministro, mermadas por la deficiente disponibilidad de materias primas, o productos estratégicos como los semiconductores. El coste de envío de mercancías desde China a Estados Unidos se ha triplicado, y se suceden inquietantes retrasos, en niveles no vistos en décadas, que maniatan a proveedores y productores.
Pero también hay cuellos de botella en los recursos humanos. Estamos acostumbrados a leer que “sobran personas”, a (mal) digerir las inacabables noticias de despidos masivos o experimentar la difícil colocación para nuestros seniors y, cómo no, para nuestros jóvenes, condenados a la tasa de desempleo más alta de la Unión Europa: un 38%.
Sin embargo, hay toda una batería de competencias y profesiones con una demanda creciente, que viven una situación antagónica. En los últimos cinco años, se han creado en España casi 200.000 empleos de especialistas relacionados con las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Y en 2020, que no fue un ejercicio precisamente fácil, más de 15.000 empresas contrataron o intentaron contratar a este tipo de perfiles. Es un caudal de necesidad que pone en tensión todo el sistema educativo, y desborda a una universidad en plena reconversión, que apenas es capaz de egresar, entre grados y másteres, a 7.700 ingenieros informáticos.
En esta dinámica adaptativa, de carácter estructural, están implicados todos los actores sociales, porque queda mucho por hacer.
En las sucesivas ediciones del Estudio “Empleabilidad y Talento Digital” (https://www.fundacionvass.org/wp-content/uploads/2021/05/Informe-Estudio-Empleabilidad-y-Talento-digital.pdf) exploramos estas cuestiones con ayuda de un panel de 60 expertos empresariales, casi 100 profesores y 900 alumnos de últimos cursos de ingeniería informática, en más de 30 universidades.
El estudio pone en evidencia que, por si lo anterior fuera poco, hay además un significativo gap de talento, entre el nivel competencial que las empresas buscan y el que aportan nuestros jóvenes egresados. Si un nivel 100 marcase un óptimo razonable para las empresas, el gap supone nada menos que 46,8 puntos. Y ha crecido un 16% en los 3 últimos años.
El mapa competencial es cambiante (más aún en las disciplinas técnicas) y la universidad, constreñida administrativa y económicamente, viene redefiniendo su papel en un proceso nada cómodo y nada sencillo. Mientras tres de cada cuatro carreras universitarias no llega a cubrir el 75% de sus plazas, las escuelas superiores dejan fuera a más de 5.000 vocaciones informáticas anuales por incapacidad estructural. Aunque muchas de ellas luego no llegarían, probablemente, a cristalizar, como se deduce del ratio de abandono en los 3 primeros años, que alcanza al 50% de los jóvenes matriculados en estas disciplinas.
Mientras la Formación Profesional no para de crecer (copa un 40% de las ofertas laborales) y proliferan fórmulas de formación acelerada, la necesidad de estrechar la colaboración entre el mercado y las Escuelas Superiores resulta una necesidad evidente y que está evolucionando a marchas forzadas.
Aunque las competencias cognitivas (Hard Skills) siguen siendo las que más ponderan a la hora de caracterizar el talento técnico, las Soft Skills tienen un protagonismo creciente, llegando a explicar casi el 45% del Talento Digital. Y eso marca una senda que en principio está alineada con las últimas reformas del Espacio Europeo de Educación Superior. Sólo falta aplicar recursos a profesores desmotivados y con salarios fuera de mercado, e impulsar la complicidad de unos jóvenes a los que el COVID-19 ha arrebatado la iniciativa. Ellos deben ser catalizadores del proceso.
El papel de la Administración Pública en todo este nudo se revela igualmente esencial, como impulsor del cambio y tractor económico de proyectos que remen en esta dirección. No hay otra vía si se quieren llevar a término los objetivos de la Unión Europea, de fomentar las competencias digitales avanzadas para llegar a los 20 millones de especialistas TIC, desde los 7,8 millones actuales.
Lo anterior requiere por dos palancas. La primera, la necesidad de aumentar el número de mujeres que trabajan en este campo, absolutamente infrarrepresentadas. Si suponen el 46% de la fuerza laboral general, apenas llegan al 32% en el sector más vinculado a las TIC, y sólo el 15% de los estudiantes universitarios de informática son mujeres. Ya en el referido estudio se viene recogiendo la notable sensibilidad del mundo empresarial al respecto, ponderando la importancia de poner en marcha de planes de igualdad efectivos, campañas de formación y cultivo del talento específicamente orientadas a mujeres o el cuidado por adoptar criterios de promoción meritocráticos para impulsar un mayor acceso de las mujeres a puestos de decisión y, con ello, otorgarles una visibilidad indispensable.
La segunda, la necesidad de aunar esfuerzos para resolver este déficit de talento digital técnico. Colaboradores no han de faltar a nuestros gobernantes. Al revés: todos los actores saldrían ganando. Y, por encima de ellos, la capacidad potencial de una economía como la española, en plena reconversión post-pandémica. Toda la sociedad debe quedar implicada en la tarea. Estamos perdiendo opciones de empleo – entre 5.000 y 10.000 al año, con una merma de actividad de más de 300 millones de euros anuales (sólo en el ámbito de los servicios digitales). Apoyándonos en nuestro imbatible ecosistema de vida, España debería dar la vuelta al problema para convertirse en una fuente de generación y atracción de este tipo de talento. No debemos dejar escapar esta oportunidad de país.
Director de la Fundación VASS y profesor de estructura económica en la U.A.M
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